Es interesante darnos cuenta del poder de las palabras. Hace años se publicó un libro con el título: lo que dices, recibes. Hay quienes enseñan que hay que confesar las cosas positivas para recibirlas. La psicología nos ha enseñado que la repetición de juicios negativos sobre nuestros hijos va a producir consecuencias graves en su desarrollo emocional. Piense en el poder que tienen las siguientes palabras pronunciadas por la persona correcta en la ocasión correcta: yo los declaro marido y mujer. O cuando Marta Polo dice: voy a dictar sentencia… caso cerrado.
Hay personas que han visto el poder de las palabras como algo mágico y que funciona automáticamente. A este respecto el libro de los Hechos tiene una historia a la vez cómica y atemorizante: “Algunos judíos que andaban expulsando espíritus malignos intentaron invocar sobre los endemoniados el nombre del Señor Jesús. Decían: “¡En el nombre de Jesús, a quien Pablo predica, les ordeno que salgan!” Estos lo hacían siete hijos de un tal Esceva, que era uno de los jefes de los sacerdotes judíos. Un día el espíritu maligno les replicó: “Conozco a Jesús, y sé quién es Pablo, pero ustedes ¿quiénes son?” Y abalanzándose sobre ellos, el hombre que tenía el espíritu maligno los dominó a todos. Los maltrató con tanto violencia que huyeron de la casa desnudos y heridos” (Hechos 19:13-16). El poder que tienen las palabras no funciona automática y mágicamente. Ellas dependen de las personas que las pronuncian y el contexto de las mismas.
Esto es enseñado en la historia bíblica por otra narración de manera tanto positiva como triste. En el contexto de promesa y pacto que Dios venía desarrollando con Abraham y su descendencia, la bendición prometida no se cumpliría en cualquier descendiente (digamos, Ismael, hijo de Abraham), sino que la bendición prometida sería recibida a través del descendiente escogido por Dios. En ese contexto, Isaac, hijo de Abraham, quiere pasar la bendición prometida a su hijo primogénito Esaú. ¿A quién más le iba corresponder sino al hijo mayor? Sin embargo, Rebeca, la esposa de Isaac, y su hijo menor, Jacob, engañan a Isaac. Jacob se hace pasar por su hermano Esaú e Isaac, erróneamente desde su punto de vista, bendice a Jacob pensando que es Esaú. Para ellos (aunque no necesariamente para nosotros), esta bendición oral era definitiva y era irrevocable. Cuando el engaño es descubierto, es demasiado tarde. “Al escuchar Esaú las palabras de su padre, lanzó un grito aterrador, y lleno de amargura le dijo: ¡Padre mío, te ruego que también a mí me bendigas!... Y Esaú insistió: ¿Acaso tienes una sola bendición, padre mío? ¡Bendíceme también a mí ¡Y se echó a llorar” (Génesis 27:1-40).
Pero el ejemplo de ejemplos, y modelo de modelos es Dios. La palabra de Dios sí es poderosa, porque Dios es poderoso. Él dijo y así sucedió. Dios creó los cielos y la tierra por medio de su Palabra. Este es el poder por excelencia. El poder de Dios se muestra no en su fuerza física, sino en que Él logra las cosas “con solo hablar”. Por eso dice la Escritura que Jesucristo vence a su enemigos con la espada afilada que sale de su boca, con esta espada herirá a las naciones, y los enemigos son exterminados por la espada que sale de su boca (Apocalipsis 19: 11-21). Por esta palabra poderosa Dios da vida a los muertos y llama las cosas que no son como si ya existieran (Romanos 4:17).
Considérese los siguientes dos pasajes que hablan del poder y efectividad de la Palabra de Dios:
Isaías 55: 10-11
Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo, y no vuelven allá sin regar antes la tierra y hacerla fecundar y germinar para que dé semilla al que siembre y pan al que come, así es también la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo deseo y cumplirá con mis propósitos.
Hebreos 4:12
Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón.
Qué gran sorpresa es escuchar, entonces, de labios de Jesús, que la palabra de Dios que es sembrada por el sembrador, puede ser robada por el diablo de los corazones de las personas, que esta palabra no da fruto en personas que no tienen raíz, que las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida ahogan la palabra de Dios (Lucas 8:4-15; Mateo 13). ¿Pero cómo? ¿Y qué pasó con el poder de la Palabra de Dios?
Qué gran sorpresa es saber que la palabra de Dios a veces parece totalmente débil ante la voluntad de las personas. Este es el significado de las frases “aunque miren, no vean; aunque oigan, no entiendan”. En este sentido el Evangelio de Mateo lo expresa mejor, porque explica que la Palabra es robada por el diablo porque las personas no entienden. Y termina diciendo que las personas que dan fruto son las que entienden la palabra.
Los mares y lo vientos obedecen al Señor porque ellos no tienen conciencia; no tienen nada que entender. Pero con el ser humano, cuando Dios habla, tiene que entender. Si no entiende, no puede responder.
Los del camino, son personas, dice Jesús. La característica de un camino es que no es buena tierra para ser sembrada porque la tierra está demasiado pisoteada, o se han puesto ladrillos, y pasan demasiadas cosas por el camino que no dan el tiempo suficiente para que germine y crezca la semilla. Nuestros caminos modernos están asfaltados, se ha echado piedra en ellos, o se ha puesto concreto. Además, ¡tienen muchos huecos¡ En un camino uno siempre está de tránsito, uno no vive en el camino sino que va. El camino es un medio y no un fin.
En la vida moderna hay personas que son literalmente un camino para otras. Piense en el trabajo de la operadora del 113, los cajeros de los bancos, los call centers, o lo que comúnmente llamamos una pata en algún lugar, y hay hasta doctores que son un camino y se comportan como tal. Hace unos meses llevamos a mi hija al doctor. Mi esposa y yo nos quedamos admirados que la examinó como 30 segundos nada más y en base a eso nos dio toda una explicación de qué era lo que tenía. Era un genio ese doctor.
La gente que es camino no tiene tiempo para meditar, para entender, para profundizar. Lo quieren todo rápido. Todo automático, todo preparado.
Los que son piedras deben entender que a menos que la palabra penetre y eche raíz no se va poder permanecer. Que la alegría momentánea de conocer al Señor debe traducirse en una vida de perseverancia para estar de pie ante las pruebas.
Los espinos deben de entender que la vida cristiana no es compatible con otras vidas: preocupaciones, riquezas y placeres.
¿Qué clase de terreno es usted?
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- sadrac
- Pastor de CCEB y Profesor del Seminario ESEPA. Ver más información en www.esepa.org
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