sábado, 14 de noviembre de 2009
La llenura del Espíritu
Esto me recuerda que cuando yo conocí al Señor en 1978, la ilusión más grande que tenía un creyente era ser lleno de la plenitud del Espíritu o ser bautizado por el Espíritu. Se hacían cultos unidos, vigilias, retiros, etc., todo con el propósito de ser bautizado con el Espíritu. Hoy en día creo que el sueño no es ser lleno del Espíritu. Creo que hoy los cristianos sueñan con ser prosperados materialmente, con manejar un BMW, con una vida de prosperidad. Los pastores sueñan con ser profetas y apóstoles y con tener la iglesia más grande en la ciudad. Por supuesto, esto es una generalización y no pretende meter a todos en un saco. Pero los que tenemos tres décadas o más de conocer a la iglesia evangélica costarricense notamos los cambios de énfasis.
Nuestro título “la plenitud del Espíritu” alude a dos cosas que requieren nuestra máxima atención para entenderlos bien (aunque seguro, no completamente). En primer lugar, el Espíritu de Dios. En segundo lugar, la plenitud o llenura del Espíritu, lo cual alude a la relación del creyente con Dios. Seguramente siempre las dos cosas van juntas. Con el fin de buscar una aproximación adecuada al tema, voy a empezar comentando algunos versos del Antiguo Testamento.
¿Qué podemos decir del Espíritu de Dios? La primera mención del Espíritu de Dios en la Biblia es en el contexto de la creación. Génesis 1:2 dice que “la tierra estaba desordenada y vacía, las tinieblas estaban sobre la faz del abismo y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”. ¿Qué podemos aprender del Espíritu de Dios en esta mención en el contexto de la creación? Que las obras y funciones del Espíritu no pueden limitarse a la persona individual o al creyente. El universo, la vida animal y vegetal, la vida humana como tal está llena del Espíritu de Dios. Nuestro mundo es un mundo lleno de la plenitud del Espíritu. El Espíritu es Espíritu de vida en su más amplia expresión. Este Espíritu de Dios no es conocido en su esencia sino más bien en su manifestación. Es una fuerza poderosa que todo lo anima, especialmente la vida. La relación del Espíritu Santo con la creación es una dimensión que necesitamos recuperar para entender al Espíritu Santo de Dios.
Una segunda mención del Espíritu de Dios la encontramos en Génesis 6:3. Aquí el contexto es el de la relación entre Dios y el ser humano. “Entonces dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; pero vivirá ciento veinte años”. No es cualquier relación. La palabra hebrea para contender (יָדוֹן) puede significar permanecer o luchar. Dios está diciendo que quitará su Espíritu y que dejará de tener tratos con los seres humanos. Esta falta del Espíritu de Dios significa la muerte más temprana de los seres humanos (vivirán no más de 120 años), pero también, la muerte por el diluvio está siendo anunciada. La relación del Espíritu Santo con cada ser humano es una dimensión que necesitamos recuperar para poder entender al Espíritu Santo de Dios.
Otra mención del Espíritu de Dios la encontramos en Éxodo 31:3 cuando hablando Jehová dice que “lo he llenado del espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte”. Se refiere a Bezaleel y todo eso es para que pueda trabajar con metales y con madera, y haga diseños creativos. Estas son capacidades “naturales”, son las habilidades con que algunas personas nacen: algunos son buenos en las matemáticas, otros son músicos, otros tienen don de gente, otros son genios con las palabras (como el genio de Úbeda), otros son buenos con las manos, otros inventan y crean cosas nuevas, etc. Una tercera dimensión que tenemos que recuperar para entender al Espíritu Santo de Dios es la relación del Espíritu con las capacidades naturales con que cada uno nace.
Un último pasaje que mencionaré es el Salmo 51:10-12. “No quites de mí tu santo Espíritu” dice David en un contexto de arrepentimiento y de deseo de una renovación interior. El Espíritu Santo es el único que puede transformar, renovar, regenerar nuestro ser interior para hacernos agradables y obedientes a Dios. Una cuarta dimensión que tenemos que recuperar para entender la obra del Espíritu de Dios es su relación con la transformación del individuo pecador.
Es cierto que en el Antiguo Testamento vemos al Espíritu de Dios viniendo sobre algunas personas llamadas por Dios para hacer tareas y ministerios específicos, como por ejemplo, ser rey, sacerdote y profeta. También vemos al Espíritu de Dios viniendo sobre los jueces en el período anterior. No hay duda que el Espíritu Santo es el que capacita a las personas para realizar las obras de Dios. Esta sería una quinta dimensión del ministerio del Espíritu Santo. Tiene que ver con las obras de Dios que son necesarias para la salvación de toda la humanidad. Me da la impresión que esta dimensión es la más enfatizada en nuestro medio. Pero la obra y ministerio del Espíritu Santo no pueden ser reducidos a estos aspectos, por más importantes y claves que sean.
Con estas cinco dimensiones del ministerio del Espíritu Santo en mente, ahora tenemos que ubicar lo que el Antiguo Testamento concibe como la promesa del Espíritu. Esta promesa es parte integral de un nuevo pacto. En Números 11:29 Moisés expresa su deseo de que Dios ojalá pusiera su Espíritu sobre todo el pueblo. Este deseo de Moisés expresa el deseo de Dios. Pero es en el plan de Dios, en su tiempo y en su economía de salvación que Él cumplirá este deseo suyo. Por eso en Jeremías 31:31-34 Dios promete un nuevo pacto para su pueblo. Este nuevo pacto consiste en que “daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo”.
No es de extrañar que los cristianos asocien la promesa del Espíritu con la dimensión del ministerio del Espíritu Santo que más se enfatiza el día de hoy, a saber, a sus manifestaciones extraordinarias y exclusivas, como eran ungir para ser rey, sacerdote y profeta. Y tenemos que añadir que el ungimiento para ser apóstol ha tomado precedencia sobre los títulos anteriores. Pero esta perspectiva actual del Espíritu Santo es reduccionista en dos sentidos. Primero, se limita la promesa del Espíritu al empoderamiento del Espíritu Santo para hacer las obras milagrosas de Dios. Segundo, se mal interpreta la promesa al hacerla exclusiva para algunos, cuando en realidad, es para todos los creyentes. El Espíritu Santo nos convierte a todos los creyentes en reyes, sacerdotes y profetas. O sea, la promesa del Espíritu no es para crear un nuevo orden jerárquico sino que es expresión de un nuevo nivel de calidad de vida y de relación con Dios que cada persona ahora puede tener. Si todos somos profetas (que lo somos), es porque ya no necesitamos profetas. Por eso Dios dice “y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová” (Jeremías 31:34).
Pero la promesa del Espíritu en el nuevo pacto no está asociada solamente a las manifestaciones extraordinarias de Dios o a su obra de alcance a todas las naciones. El énfasis está en que el pacto antiguo fue invalidado por Israel (Jeremías 31:32), por su desobediencia. El nuevo pacto, asegura su cumplimiento por parte del socio humano porque “daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón”. Ezequiel 36:26-27 todavía más gráficamente dice “os daré corazón nuevo, y pondré Espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obras”. El ministerio del Espíritu prometido en el Antiguo Testamento es el ministerio de la renovación, de la transformación interior, y del cambio de corazón para hacer posible que amemos a Dios con todo el corazón y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Todo lo que el Nuevo Testamento dice sobre el Espíritu de Dios es cumplimiento de la promesa del Espíritu hecha en el Antiguo Testamento. Es un error pensar lo contrario, por ejemplo, pensar que una cosa es el ministerio del Espíritu y otra el bautismo del Espíritu. La promesa del Espíritu es uno de los elementos del nuevo pacto. El nuevo pacto es establecido por Jesús, por su muerte y resurrección. El nuevo pacto y la obra de Cristo es el presupuesto de todo lo que enseñan los libros del Nuevo Testamento, incluyendo lo que dicen los evangelios.
No hay sorpresas entonces cuando en el Nuevo Testamento el ministerio del bautismo del Espíritu Santo y de la llenura del Espíritu Santo es asociado con la de dar vida a los muertos espirituales, con el despertar de aquellos que están dormidos espiritualmente, con engendrar hijos de Dios. San Juan 1:12 dice que a los que reciben a Jesús se les da el derecho de ser hijos de Dios, los cuales son engendrados por (el Espíritu de) Dios. Esto se lo aclara Jesús a Nicodemo en Juan 3. Hay que nacer del Espíritu para entrar en el reino de Dios.
Pablo dice que los que están en Cristo (sembrados en Cristo por la fe) son una nueva criatura (2 Corintios 5:17) y que tenemos la mente de Cristo (1 Corintios 2:16). Todo esto porque cuando estábamos muertos en delitos y pecados Dios nos dio vida con Cristo por su Espíritu (Efesios 2:1-7). El que cree en mí, dijo Jesús, de su interior correrán ríos de agua viva (Juan 7:37-39).
Pablo en Gálatas 5, añade que el Espíritu produce frutos en el creyente, así como la naturaleza pecadora produce frutos en el no creyente (y también en el creyente). Estos frutos son el nuevo carácter de los hijos de Dios. Pablo mismo en 1 Corintios 12 enseña también que el Espíritu Santo da dones a los creyentes para edificar el cuerpo de Cristo. Hay un empoderamiento del Espíritu para hacer la obra de Dios en el contexto de la iglesia.
No hay que olvidar el empoderamiento del Espíritu para hacer la obra de Dios fuera de la iglesia, en el mundo, para ser testigos de Cristo ante los no creyentes. Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra, dijo Jesús en Hechos 1:8. Y en Juan Jesús les dijo que como me envió el Padre, así también yo os envío. Inmediatamente luego les dijo, recibid el Espíritu Santo. Y añadió, a quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados, y a quienes se los retengáis, les serán retenidos(Juan 20:19-23). No hay duda que el Espíritu Santo es el Espíritu de la misión.
Para finalizar, una palabra de aclaración sobre Joel 2:28-29 y Hechos 2. A veces se pone el énfasis en profecías, sueños y visiones porque esto es lo que producirá el derramamiento del Espíritu de acuerdo a Joel 2. Este énfasis es dudoso. El énfasis real del pasaje es todo ser humano, hijos e hijas, ancianos y jóvenes, siervas y siervos. La profecía es sobre el derramamiento del Espíritu sobre cualquier persona. Este es un derramamiento con propósito desde luego, pero este propósito es explicado por el Nuevo Testamento. Incluye profecía, sueños y visiones, pero en manera alguna se limita a eso.
Lo otro que hay que notar es sobre la llenura del Espíritu en Hechos. La primera mención de la frase “llenos del Espíritu” aparece en Hechos 2:4. “Y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen”. Cabe preguntarse si comenzar a hablar en lenguas es resultado de estar llenos del Espíritu Santo. Creo que sí.
La segunda mención de la frase "llenos del Espíritu Santo" aparece en Hechos 4:31 "y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios". De igual manera, aquí la pregunta es si hablar con denuedo la palabra de Dios es mencionado como resultado de estar lleno del Espíritu. Creo que sí.
La tercera vez que aparece la expresión es en Hechos 6:3 "Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos este trabajo". El trabajo a encargar es "servir a las mesas". Aquí la relación no hay que buscarla entre "llenos del Espíritu" y las expresiones de la par, sino en el trabajo que hay que realizar. Servir a las mesas requiere una persona llena del Espíritu. Pero si las dos citas anteriores enseñan que alguien lleno del Espíritu es alguien que habla en lenguas y habla con denuedo la palabra de Dios, tenemos un problema, porque precisamente los apóstoles quieren que otros sirvan las mesas porque ellos deben dedicarse a predicar la palabra de Dios. Lo mejor es pensar que el servicio cristiano requiere a una persona llena del Espíritu.
Una cuarta vez que aparece la expresión es en Efesios 5:18 "No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones". ¿Significa que estar lleno del Espíritu es hablar con salmos, himnos y cánticos? Y ¿qué significa hablar cantando? ¿Hay que cantar en el culto, en el trabajo, en el colegio, en la calle, en la oficina? Lo mejor es pensar que una adoración verdadera nace una persona llena del Espíritu de Dios.
Terminemos recordando que estar lleno del Espíritu es estar lleno de las cualidades del Espíritu. Si el Espíritu es Santo, estar lleno del Espíritu es estar lleno de santidad. Si el Espíritu es vida, estar lleno del Espíritu es estar lleno de vida. Si el Espíritu verdad, estar lleno del Espíritu es estar lleno de verdad. Si el Espíritu es Consolador, estar lleno del Espíritu es estar lleno de consuelo.
jueves, 12 de noviembre de 2009
Mi meditación bíblica de hoy Génesis 3
La narración de Génesis 3 explica que la relación inicial y buena entre la criatura y el creador fue rota por la desobediencia humana. La expulsión física de Adán y Eva del huerto del Edén significa que el ser humano ya no vive en comunión con Dios y no hay camino que las personas puedan inventar que los devuelva a esa relación de compañerismo con Dios. Más aún, la condición humana no es solamente de lejanía de Dios sino que su condición es la de un condenado errante y su destino final, a menos que reciba algún tipo de ayuda sobrenatural, es todavía peor.
Lo extraño entonces no es que las personas tengan problemas en encontrar el propósito y significado de sus vidas. Lo extraño no es que las personas tengan problemas en vivir una vida plena. Lo extraño sería que encontraran y disfrutaran de todo eso. Obviamente esta es una de esas enseñanzas duras, difíciles de aceptar. ¿Quién quiere aceptar que está quedado? ¿Quién quiere aceptar que no tiene ninguna oportunidad, ningún chance? A fin de cuentas algunas personas parecen haberlo encontrado todo, no necesitar nada y vivir una vida plena. ¿No bastará con que nos cuenten su secreto?
No seré yo quien llame a una persona infeliz, cuando ella afirma ser feliz. Ya lo dijo Jesús, los sanos no tienen necesidad de médico. También dijo que hay personas que ya tienen su recompensa (en esta vida). La enseñanza de Génesis 3, como de toda la Biblia, es para la gente que piensa y siente que la vida les ha pasado de largo (canción de America, Lonely People). Sobran los motivos para sentirse de esta manera. Pero este es solamente el principio. Este reconocimiento de nuestra necesidad espiritual es solamente el principio, pero qué principio. Para juicio he venido a este mundo, dijo Jesús. Para que los que no ven, vean. Al reconocer nuestra necesidad de Dios, estamos empezando a ver y hemos comenzado el camino de la salvación y la restauración en Cristo.
El que no tiene nada que perder, puede arriesgarse en la aventura de fe que dice que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo. Que lo que nos ha sido robado por Satanás, que la muerte que ha llegado a nuestra vida, que la destrucción en la que hemos vivido; todo eso puede ser revertido en Cristo. Porque él vino para que tengamos vida y vida en abundancia. Porque a los que le reciben, los que creen en su nombre, les da el derecho y privilegio de ser hijos de Dios, otra vez.
sábado, 7 de noviembre de 2009
101Haciendo teología1
Esta definición general de teología no puede ser la definición de teología aceptada por la teología evangélica. La afirmación anterior presupone que para definir la teología ya necesitamos una teología. Así es. Por eso la teología evangélica es el estudio de Dios basado en la revelación de Dios tanto en la historia de Israel como en la historia de Cristo tal y como están narradas e interpretadas en el Antiguo y Nuevo Testamento. La teología evangélica no solamente presupone la existencia de Dios, sino también su revelación. Esta revelación no es abstracta, atemporal o esotérica. Es una revelación histórica, tanto en eventos como en palabras. El centro de la revelación de Dios es Jesucristo, al cual apunta el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento relata e interpreta.
Si la definición de teología evangélica fuera “estudio o discurso razonado” sobre Dios, se correría el peligro de darle demasiada autoridad a la razón humana, esto es, a las capacidades intelectuales o espirituales del ser humano. Parecería que el ser humano está en control del proceso intelectual llamado teología. Parecería que el estudio de Dios es paralelo al estudio de cualquier otro objeto de conocimiento. Todo lo contrario. En la teología evangélica se trata de pensar los pensamientos de Otro, de ser enseñados por Otro, de aprender no solamente sobre el objeto de la teología, Dios, sino también aprender quiénes somos nosotros y cuál es nuestro lugar en este mundo, lo mismo que nuestros deberes ante el Creador y Salvador.
La clave en la definición de teología evangélica está en lo que significa la palabra “basado” en la revelación. La diferencia no está en que se usen o no las capacidades intelectuales humanas. El ser humano es el que hace teología y no Dios. La teología es producto humano y fruto de su esfuerzo, posibilidades y limitaciones. Pero, no es solamente eso. La teología evangélica habla, piensa, razona, deduce, concluye lo que puede ser hablado, pensado, razonado, deducido y concluido de la revelación de Dios. Tiene una norma y un Señor. La teología evangélica además reconoce que Dios ha dado a los creyentes en Cristo de su Espíritu para que éste guíe, enseñe y corrija al creyente en su respuesta de fe, obediencia y conocimiento de la revelación de Dios. Solamente una meta como esta hace justicia a la revelación de Dios. Si Dios se ha revelado, la única actitud seria y responsable es darle prioridad a esa revelación.
En un sentido formal, la fuente de la teología es la Biblia. Se llama formal porque su contenido, esto es, su mensaje, el cual es igual a la Palabra de Dios, necesita ser discernido a través del proceso normal de interpretación de la literatura que contiene, ya sea narración histórica, leyes, profecía, poesía, cantos, proverbios, evangelios, cartas, apocalipsis, etc. Además de que la Biblia necesita ser interpretada, también es necesario un método para pasar de lo que la Biblia dice a lo que significa esa Palabra el día de hoy y cómo debe esta Palabra informar las formulaciones teológicas de hoy. Precisamente, una de las tareas de la teología es llegar a un concepto adecuado de la Biblia y de cómo Dios se comunica o revela al ser humano a través de ella. Esto refleja de nuevo el movimiento circular que notábamos antes con la definición de teología y hacer teología.
Aunque Dios se ha revelado, no lo ha revelado todo. Su revelación es suficiente, pero no exhaustiva. La revelación de Dios está ligada indisolublemente a su plan de salvación de una humanidad caída. Por eso, el propósito de la revelación es la salvación del ser humano. Esta salvación y revelación proveen lo necesario para que el ser humano conozca a Dios para salvación, pero no proveen un diseño detallado de la vida de las personas, familias y sociedades a través de la historia. Un ejercicio mental puede ayudarnos a entender lo que estamos diciendo. Si toda una generación de costarricenses se convirtiera al Señor, incluyendo a sus gobernantes, ¿qué lineamientos encontrarían en la Biblia para sus funciones? Seguramente se encontrarían los valores del reino de Dios, como el amor, la justicia, la paz, la igualdad, etc., pero estos valores necesitan proyectos, programas, instituciones, leyes, etc., que lo sostengan. Ni las diferentes denominaciones evangélicas nos hemos puesto de acuerdo sobre el sistema de gobierno que deben tener nuestras iglesias, ¿cómo pretender que los lineamientos para el gobierno de una nación moderna estén en la Biblia?
El propósito del párrafo anterior no es minimizar la revelación de Dios. Es seguro que en ella hay más de los que los seres humanos hemos pensado o encontrado hasta el momento. El propósito es señalar que la teología no puede limitarse solamente a repetir lo que dice la Biblia o pretender que allí hay respuestas para todas nuestras preguntas. La razón fundamental por la cual la teología “va más allá” de la Biblia es que la teología no se preocupa solamente por la salvación del ser humano, sino también por la existencia terrenal cristiana en medio de un mundo y sociedad caída. En otras palabras, la misma revelación histórica de Dios presupone un mundo social y cultural e interactúa con él. La revelación de Dios no crea este mundo cultural y social sino que lo interpreta, lo enjuicia, lo condena, lo corrige y lo asume. De igual manera la teología no puede construir un mundo cultural y social basado solamente en la revelación. La teología, tomando como norma el dato revelado, echa mano de la historia, de la ciencia, de la filosofía, y de cualquier recurso que el ser humano ha desarrollado con el fin de responder a las necesidades de las personas, familias, iglesias y colectividades sociales el día de hoy. La teología piensa la vida, personal, social y cultural, a la luz del dato revelado. Al hacerlo, intenta desarrollar una cosmovisión cristiana para que guíe las vidas de las personas que creen, conocen y aman a Dios.
Un cristiano sin teología no existe, y si existe, no durará mucho. El cristiano que permanece, de acuerdo a la parábola del sembrador, es el que entiende la Palabra de Dios, entiende la revelación. Entender la revelación es entender la meta-narrativa que ilumina toda otra narrativa, sea personal, familiar o social. Entender la revelación es entender su relación conmigo, la interpelación que me hace. Entender la revelación es entender su relación con el mundo que me rodea, la interpelación que hace al mundo que me rodea. Un cristiano sin una cosmovisión cristiana será presa de todo viento de doctrina. El cristiano piensa, porque la fe da que pensar. La teología es fe en busca de entendimiento.
El sujeto que hace teología no puede ser concebido solamente como racional ni solamente como individual. El ser humano es mucho más que substancia pensante. Las capacidades espirituales del ser humano incluyen su capacidad afectiva y constitución social, lo mismo que su dimensión encarnacional (se vive en y con cuerpo). La teología no gira alrededor del sujeto (persona humana) sino que intenta ser dominada por su objeto (Dios en su revelación). Una de las maneras de reconocer este hecho y a la vez, una manera de permitir el control del objeto, es reconocer que la teología es producto del sujeto social y colectivo llamado iglesia. La teología no es un asunto privado, ni el fruto de una iluminación personal. La teología está indisolublemente ligada a la comunidad que cree en la revelación. Nace de ella y está en función de su misión. La comunidad cristiana, en su dimensión histórica, es la llamada a entender la revelación y a comunicar y enseñar este entendimiento a las nuevas generaciones. Enseñar a guardar todas las cosas que Cristo ha mandado es el propósito de la teología.
El ser humano tiene la gran capacidad imaginativa de crear sentido o dar significado a las cosas. Esta capacidad ha posibilitado que el ser humano cree un mundo “sin” Dios. Algunos han encontrado valor absoluto en las personas, y por lo tanto se habla de los derechos inalienables del ser humano. Otros han encontrado valor absoluto en el poder misterioso de la creación, las fuerzas de la naturaleza, y los poderes insondables de nuestro micro y macro universo. Como fruto de estas y otras tendencias, el mundo se ha secularizado, si no completamente, al menos en su manifestación pública. En lo privado la mayoría de la gente sigue siendo tan religiosa y supersticiosa como antaño. El reto del cristiano y de la iglesia es re-significar nuestra vida a la luz de la revelación de Dios; a la luz del señorío de Cristo y a la luz de la esperanza del reino de Dios. Tomando en cuenta el dinamismo de la vida humana personal y colectiva, esta tarea de re-significación debe ser una tarea constante y que nunca puede llegar a su fin. No hay un momento de la biografía personal en que podamos decir que ya “somos” lo que debemos ser, ya “tenemos” lo que debemos tener, ya “entendemos” lo que debemos entender, ya “conocemos” lo que debemos conocer, ya “hacemos” lo que debemos hacer.
miércoles, 4 de noviembre de 2009
Satanás como maestro de interpretación bíblica (1)
La mala interpretación bíblica es un fenómeno humano y cristiano. Mayormente debe ser catalogado como algo no intencional. Se mal interpreta las Escrituras cuando tratamos de interpretarlas correctamente. Este no es el caso de Satanás. Satanás “lee” las Escrituras con el fin de aprender a tergiversarlas y así enseñar a las personas. Su interpretación incorrecta es intencional, mientras que la interpretación incorrecta del creyente es sin intención. Sea como sea, vivimos en un “conflicto de interpretaciones” (frase de Ricoeur).
Veamos un ejemplo de Génesis 2 y 3. Dios dijo lo siguiente: “De todo árbol del huerto podrás comer; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás”. Ahora, comparémoslo con la cita que hace Satanás de las palabras de Dios: “¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de ningún árbol del huerto?”. ¿Qué ha pasado aquí? Un mandamiento específico de no comer de un árbol se ha generalizado a todos los árboles. En un sentido, la interpretación de Satanás parece más “espiritual” o al menos, más legalista. Si hay un árbol prohibido, por qué no prohibirlos todos y así nos aseguramos de cumplir el mandamiento y de paso, le añadimos algo de nuestro propio esfuerzo y buena voluntad para que Dios vea que de verdad queremos agradarle.
Esta técnica interpretativa “satánica” está bien atestiguada en los púlpitos cristianos. Sus expresiones menos sutiles son aquellas, por ejemplo, cuando se prohíbe el matrimonio porque la fornicación y el adulterio son pecados, o se prohíbe a las mujeres que usen maquillaje porque el adorno de ellas no debe ser externo.
No solamente tenemos las palabras de Dios y la manera en que Satanás las cita, sino también la manera en que la mujer las entiende: “Podemos comer del fruto de cualquier árbol, menos del árbol que está en medio del jardín. Dios nos ha dicho que no debemos comer ni tocar el fruto de ese árbol, porque si lo hacemos, moriremos”. La mujer no extiende el alcance del mandamiento a todos los árboles como hace Satanás, sino que le añade la prohibición de no tocarlo siquiera. Puede que no haya demasiada teología en esto (pensando en el punto de vista del autor), pero es ilustrativo de una de las maneras cómo los seres humanos manejamos las prohibiciones: o relativizamos el mandamiento para no cumplirlo, o lo exageramos en sus demandas. Los fariseos que aparecen en los evangelios son ejemplo de un grupo de religiosos que agravan, aumentan la exigencia. Como dice el dicho, a veces las personas somos más papistas que el papa.
La historia que estamos considerando es trágica en el sentido de la acción y las consecuencias. Pero esta acción trágica, la desobediencia de la humanidad al mandato de Dios (y el mandato de Dios es siempre en singular: hay una sola obra que Él demanda, un solo mandamiento que los resume todos) es resultado de un proceso de interpretación y re-interpretación. Satanás da la estocada con las siguientes palabras: “No es cierto. No morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman del fruto de ese árbol podrán saber lo que es bueno y lo que es malo, y que entonces serán como Dios”. Lo más importante en esta afirmación de Satanás no es lo mal que entiende las palabras de Dios, no es que él esté usando otra definición de la palabra morir, no es que sea verdad a medias; lo más importante es el hecho de que reflejan un desconocimiento de Dios y una falta de confianza en Dios.
La interpretación bíblica es un asunto de confianza o fe en dos sentidos: fe en Dios quien habla a través de las Escrituras y fe en el mensaje percibido en ellas. La interpretación bíblica debe tener como fruto el conocimiento de Dios y la fe en Dios. En un sentido, hay que conocer a Dios para interpretar las Escrituras. En otro sentido, llegamos al conocimiento de Dios interpretando las Escrituras. Este círculo no es vicioso. Es el círculo de la finitud humana. Son las condiciones reales de nuestra existencia. Y son en estas condiciones en donde Dios se nos da a conocer.
Mi meditación bíblica de hoy Génesis 2
¿Qué le dio Dios al ser humano cuando lo creó? Le dio vida. Dios está en el “negocio” de la vida y no de la muerte. A veces las personas, ante una situación difícil exclaman “esto no es vida”. Efectivamente, las personas tenemos una carencia de vida y la sociedad entera parece más una máquina de producir muerte que de propiciar la vida; sin olvidar esos ejemplos maravillosos en donde se promueve la vida (¡cómo olvidarlos si son tan escasos en nuestra experiencia!). Creo que se puede afirmar con confianza que el ser humano siempre ha reconocido su vocación para la vida. Por eso las filosofías nihilistas no terminan de convencer. La canción del cantante Mexicano Napoleón se impone: “vive, aunque no entiendas que de la noche nace la luz”.
Ratificando, y a la vez reorientando, esta verdad de que hemos sido llamados a vivir, Jesucristo dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Dios también reconoce que el ser humano tiene un déficit de vida. Es más, es Dios mismo quien en la Biblia nos enseña que nuestro caso es más grave de lo que pensamos. Estamos muertos en delitos y pecados. Si este diagnóstico nos parece demasiado severo, y queremos buscar otra opinión profesional, recordemos que Dios es el que nos dio la vida en primer lugar. Dios es la vida y dador de la vida. Yo soy la vida, dijo Jesús. Aún nuestros poetas cantores, como Serrat, nos enseñan que escapar del estado de muerte no es una opción humana: “Escapad gente tierna, que esta tierra está enferma, y no esperéis mañana lo que no se os dio ayer, que no hay nada que hacer [...] Si yo pudiera unirme a un vuelo de palomas y atravesando lomas dejar mi pueblo atrás. Os juro por lo que fui que me iría de aquí… Pero los muertos están en cautiverio y no nos dejan salir del cementerio”.
Aunque para el ser humano la muerte es ineludible, y parece su condición más real y a la vez, su destino natural, la intención de Dios fue y es que el ser humano viva. Por eso, él puso el árbol de la vida en el huerto del Edén. La vida está en el principio de la vida humana. Pero la vida está también al final de la historia humana. El árbol de la vida está presente en el cielo nuevo y en la tierra nueva, en la consumación de las últimas cosas (Apocalipsis 22:2). Lo que conecta a Edén y la tierra y cielo nuevos es Jesucristo, quien con su muerte y resurrección mostró nuestra condición de muerte (polvo de la tierra) y nos dio nuevamente vida (el Espíritu de vida).
En el Edén el ser humano escogió el conocimiento y no la vida. El conocimiento adquirido por el ser humano lo condujo a la muerte. Por eso es que la mayoría de los conocimientos que tiene el ser humano hoy en día son de destrucción, y pocos son los que llevan a la vida. Las palabras que he escrito aquí, son espíritu y son vida. Es un conocimiento espiritual. A cada uno nos toca decidir el conocimiento que aceptamos. Amplio es el camino que lleva a la muerte, y angosto es el camino que lleva a la vida. El amor a la muerte es la experiencia paradójica de algunos seres humanos. Pero, ese gesto brabucón, esa hybris, no es necesaria. Amemos la vida. Busquemos la vida. La vida que dura, la vida que no se acaba, la vida que no se agota.
Mi meditación bíblica de hoy Génesis 1
“y consideró que era muy bueno”
Así como las personas tenemos un trabajo al cual vamos diariamente, de igual manera Dios tiene su trabajo. El trabajo de Dios es crear. Al leer este capítulo sentimos como que estamos visitando a un amigo durante una semana, pero él o ella no ha dejado de trabajar para dedicarse a nosotros sino que sigue trabajando mientras estamos allí. Así, somos testigos de lo que hace diariamente. En el caso de Dios, El ha organizado su trabajo semanalmente. Sabe qué hacer cada día. Luego del trabajo arduo de crear todo lo que existe, Dios, al final del día, mira y medita en lo que ha hecho “y consideró que era muy bueno”.
Aquí tenemos una invitación a considerar nuestro trabajo. ¿Cuál es nuestro trabajo? Si el trabajo de Dios es crear, ¿cuál es el nuestro? Seguramente no es desbaratar, ni despilfarrar. Seguramente empieza por dominar, sigue con fructificar, y continúa con multiplicar, llenar y someter. ¿Se acerca esto a su experiencia laboral? Lo que tenemos aquí, de parte del creador, es un proyecto de vida, en otras palabras, una visión. Cualquier actividad que usted llame su trabajo, profesión u oficio, tendrá sentido si es parte del proyecto de vida del creador. El proyecto de vida del creador incluye una definición de quién es usted (imagen y semejanza de Dios) y un propósito (dominar). En otras palabras, usted será más que victorioso en su vida por medio de Aquél que lo creó y que ahora lo está llamando a salvación a través de Cristo Jesús.
Cuando usted finaliza su día, y pone su cabeza en la almohada, ¿qué pensamientos vienen a su mente? ¿Serán pensamientos de culpa, de ansiedad, de gozo, de preocupación, de satisfacción, de rabia, de impotencia, de temor? ¿No le gustaría que sus pensamientos fueran de satisfacción por el trabajo realizado? Recuerde que si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican. Un pensamiento posible para cada uno de nosotros, al final de cada día es el siguiente: “gracias Señor por este día, porque me permitiste ser parte, ser un compañero de trabajo contigo en tu obra. No hay gozo más grande que saber que lo que estoy haciendo tiene consecuencias eternas”.
“Y dijo Dios”
El decir o hablar de Dios en este capítulo es creativo, en primer lugar, y de bendición (v. 22 y 28), en segundo lugar. Dios llama las cosas que no son, a la existencia. Y las cosas que Dios ha creado, las bendice. Es dudoso que Dios vaya a bendecir cosas que El no haya hecho por sí mismo o motivado a los seres humanos a hacer. También es de dudar que El vaya a crear algo, y dejarlo sin bendición. Estos son dos principios para nuestras vidas, ministerios, y trabajos.
martes, 3 de noviembre de 2009
¿Hasta que el dinero nos separe?
Pero la experiencia actual de las personas también da testimonio de un gran aprecio por el matrimonio. ¡Hay gente que aprecia tanto el matrimonio que se casa más de una vez! Y no lo digo en broma. En el programa de televisión llamado Sábado Gigante se exponía el siguiente caso. Una pareja de adolescentes se había enamorado, pero a los 18 años se separaron porque sus padres se oponían a esa relación. Cada uno, años después, formó un hogar y tuvieron hijos. Al tiempo, estas parejas se divorciaron. Pero durante todos estos años, ellos no tuvieron contacto, vivían en países diferentes. Y después de 36 años, luego que habían criado a sus hijos y éstos estaban grandes, se volvieron a contactar, y siendo divorciados, se reencontraron en el programa de don Francisco y decidieron casarse.
Es cierto que los divorcios crecen en número, pero eso es posible solamente porque la cantidad de matrimonios también crece. O sea, apelar a la experiencia que vemos alrededor para hablar de una crisis en el matrimonio es una media verdad. Lo que está en crisis es la falta de significado y propósito que tienen las personas el día de hoy. El estado matrimonial no es un fin en sí mismo. Esto es una confusión. Esta confusión empezó con la iglesia católica que elevó al matrimonio como uno de sus sacramentos. Lo cual significa que se le otorga eficacia espiritual al matrimonio. El matrimonio debe tener una finalidad, un propósito, un significado. Esto es así porque la vida humana también tiene un propósito y un significado. Y ese propósito y significado no están en nosotros mismos.
La gente que rechaza el matrimonio, lo hacen porque creen que Dios no existe, o si existe, que a Dios no le importa si hay matrimonio o no lo hay. Que Dios es un Dios práctico. Que la filosofía de Dios es que si funciona está bien. El problema de este razonamiento está, no en lo que dice, sino en lo que no dice. Como dice la canción de Ricardo Arjona, el problema no es lo que dices, sino lo que callas. Este razonamiento calla que generalmente el propósito de quien lo dice es una relación egoísta centrada en el yo, en mis deseos, mis necesidades, mis metas, mis sueños, mis logros, etc., y no centrada en Dios. No digo centrada en la otra persona, sino digo, centrada en Dios.
El matrimonio no es una relación privada. No es una relación que involucra solamente a dos personas. Ese razonamiento es falso. Es una ilusión. El matrimonio es un contrato que se hace entre dos personas pero tiene que ser público. Además, se contraen obligaciones que no involucran solamente a las dos personas, sino que a la sociedad entera. Por eso es que el estado tiene la autoridad de vigilar el funcionamiento de este matrimonio. Aún si no se ha hecho el contrato legal del matrimonio, la ley provee recursos para las uniones de hecho. Porque la relación de pareja no es un asunto privado, no consiste solamente en lo que a mí me parece o lo que a mí me conviene.
Cuando una pareja comienza a convivir, pueden tener la ilusión de que ellos conforman un mundo completo e independiente. Pronto saldrán de esa burbuja, cuando vengan los hijos y haya que llevarlos a la escuela, o cuando haya que comprar una propiedad, o cuando haya que pagar impuestos, etc. De igual manera las personas pueden llegar hasta un matrimonio civil y ni siquiera pensar en un matrimonio “por la iglesia”. Es cierto que el ser humano tiene la prerrogativa de vivir su vida sin tomar en cuenta a Dios. O sea, puede morir alejado de Dios. Pero la cita con San Pedro (como canta Sabina) llega tarde o temprano.
El matrimonio religioso significa que no solamente existimos las personas y la sociedad. Que la humanidad no es la única habitante de este planeta. Que también existe Dios. Que el ser humano no es un ser autónomo. Que hay un creador al cual tenemos que dar cuenta tarde o temprano. Que nuestra vida sobre la tierra debe involucrar nuestra relación con Dios, porque de otra manera no va estar completa. Que lo que hacemos como pareja también le importa a Dios.
Una mejor manera de hablar
Si nuestra forma de hablar delata la forma en que vivimos, si la forma de hablar expresa un mundo, nuestro mundo, creo que debemos revisar un poquito cómo hablamos. Aquí yo tengo en mente nuestro lenguaje religioso.
Por lo pronto, quiero referirme a tres pasajes bíblicos para ilustrar lo que quiero decir. Luego, leeremos unos pasajes que dicen textualmente lo que quiero decir.
En Gálatas 4:9 Pablo dice que “mas ahora, conociendo a Dios, o más bien, siendo conocidos por Dios, ¿cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos, a los cuales os queréis volver a esclavizar? (RV60)”. Es interesante que el apóstol, habiendo hablado o escrito, se corrige a sí mismo inmediatamente. Aparentemente, la primera expresión no es completamente correcta. De las dos afirmaciones: “Conozco a Dios” y “Dios me conoce”, la segunda es seguramente correcta y la primera, a duras penas y con ciertos matices, se puede decir que es correcta. Otra manera de ponerlo: la única manera de hablar significativamente de que nosotros conocemos a Dios, es afirmando primero, y basando nuestra expresión en, el hecho de que Dios nos conoce. Recuerden, nuestro lenguaje expresa un mundo, una vida, una cultura, un estilo de vida. ¿Quién es el sujeto de la primera oración y quién es el sujeto de la segunda? ¿Quién es el objeto de la primera oración y quién es el objeto de la segunda?
El otro pasaje que ilustra lo que quiero decir es Marcos 9:24 “Creo, ayuda mi incredulidad”. ¿Qué es lo que este hombre quiere expresar? Parece ser que el deseo de ver a su hijo sano lo hace decir “creo”, y acto seguido, se reprende a sí mismo, y dice, la verdad es que más que creer soy incrédulo, así que Señor, “ayuda mi incredulidad”. ¿Qué clase de sujeto se expresa en la oración “creo” y qué clase de sujeto se expresa en la oración “ayuda mi incredulidad”?
Poe último, volvamos a Pablo. 1 Corintios 15:10 dice “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios en mí”.
Pablo dice que ha “trabajado más que todos” los otros apóstoles, pero inmediatamente se corrige y dice, “pero no yo, sino la gracia de Dios en mí”.
Esta es la enseñanza: debemos corregir nuestro lenguaje porque nuestro lenguaje refleja el mundo en que vivimos. El mundo en que debemos vivir es el mundo de Dios, en el reino de Dios. Si no corregimos nuestro lenguaje vamos a vivir en este mundo, el mundo donde Satanás es el dios y nosotros pretendemos ser protagonistas.
Quiero sugerirles en esta mañana que el lenguaje cristiano está lleno de expresiones dudosas, es decir, corregibles. Es probable que haya una manera mejor de hablar. El lenguaje cristiano está lleno de expresiones como: yo conozco a Dios, yo creo en Dios, yo alabo a Dios, yo sirvo a Dios, yo soy un cristiano, yo soy un pastor, yo soy un líder.
¿Cuál sería otra manera, y tal vez mejor manera, de decir esas cosas?
Dios me conoce, Dios cree en mí, Dios me guía y capacita para alabarle, Dios me usa por su gracia, Dios me ha salvado, Dios me ha llamado, Dios me ha dado dones de liderazgo. Juan 15:16 “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros”. Dios me ha elegido.
Seguramente habrán oído a pastores que cuando predican le dicen a la gente “repitan conmigo” y dicen una palabra o una frase. Algunos de ustedes están acostumbrados a eso en sus iglesias y a otros les aburre y hasta se sienten mal cuando los ponen a repetir. Hace poco escuché a un predicador pedir a al congregación que repitiera el sonido de los gatos (miao). Pero, pregunto, ¿no habrá algo de bueno en esto? Pero, ¿dónde estará lo bueno?
Creo que lo bueno está en que estamos aprendiendo un nuevo idioma. Estamos aprendiendo una nueva forma de vida. Cuando un pastor le dice a su congragación, dígale a su hermano que Dios le ama, está enseñando una forma de hablar que a la vez es una forma de vivir. Dígale a su hermano que él es más que victorioso. Está enseñando una forma de vida. Claro, cuando los hermanos solo repiten palabras sueltas, cuesta verle la importancia de repetirlas, a no ser, despertar a la congregación.
Corregir nuestro lenguaje, en la línea apuntada arriba, es importante por la enseñanza de las siguientes escrituras:
Filipenses 2:13 “Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”.
2 Corintios 10:17 “Más el que se gloríe, gloríese en el Señor”.
2 Corintios 3:5 “no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios”.
2 Corintios 4:7 “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros”.
La canción popular Midnight train to Georgia dice que “prefiero vivir en su mundo, que vivir en el mío, sin él”. El mundo de Dios es el único mundo donde vale la pena vivir. Una manera de habitar el mundo de Dios es hablar la verdad, hablar el lenguaje bíblico, que las palabras de Jesús sean guardadas por nosotros.
¿A qué dedica Dios su tiempo libre?
El trabajo de pastor de ovejas no siempre ha sido apreciado por la sociedad. Este punto se ve reflejado también en la historia bíblica. Por ejemplo, cuando Jacob y su familia, en total 70, descendieron a Egipto, José menciona que “los egipcios detestan el oficio de pastor” (Génesis 46:34. Todas mis citas son de la Nueva Versión Internacional). Si avanzamos casi dos milenios en la historia bíblica, y pensamos en la visita de un ángel del Señor a los pastores anunciándoles que “hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lucas 2:11), muchos comentaristas nos dirán que “los pastores, como una clase social, estaban bajo condena por los rabinos judíos, porque estaban necesariamente alejados de los requerimientos religiosos, y su manera de vivir hacía que la observancia estricta de la ley, fuera imposible”.[1]
Sin embargo, la figura del pastor de ganado vacuno y ovejuno, es constante en la Biblia y llega a niveles máximos de valoración. Por ejemplo, cuando Faraón le pregunta a los hermanos de José, es decir, a los patriarcas de Israel: “¿En qué trabajan ustedes?” Ellos respondieron: “Nosotros, sus siervos, somos pastores, al igual que nuestros antepasados” (Génesis 47:3). Otro ejemplo es Moisés. Moisés es una figura tan importante en Israel en el tiempo de Jesús, que para los líderes religiosos de Israel solamente hay una alternativa: o Jesús o Moisés. Pero este Moisés, antes de ser el instrumento humano de la liberación de Israel y el instrumento humano que dio la Ley al pueblo de Israel, tuvo que ser entrenado en la escuela del pastoreo de ovejas por 40 años en el desierto, cuidando el rebaño de su suegro Jetro (Éxodo 3:1).
David fue el rey por antonomasia en Israel. Pero cuando lo buscaron para ungirlo como rey, estaba “cuidando el rebaño” de ovejas (1 Samuel 16:11). Fue precisamente este entrenamiento como pastor de ovejas lo que le dio la valentía y destreza para derrotar al gigante Goliat (1 Samuel 17). Para Dios, los líderes de Israel, líderes políticos y líderes religiosos debían ser pastores, y así los llama Dios en Ezequiel 34. Allí, Dios les reclama a los líderes de Israel que ellos se pastorean a sí mismos: “Ustedes se beben la leche, se visten con la lana, y matan las ovejas más gordas, pero no cuidan el rebaño” (Ezequiel 34:3).
Pero, la valoración más alta del trabajo del pastor, viene cuando la Biblia proclama: “El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes pastos me hace descansar. Junto a tranquilas aguas me conduce; me infunde nuevas fuerzas. Me guía por sendas de justicia por amor a su nombre. Aún si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque tú estás a mi lado; tu vara de pastor me reconforta. Dispones ante mí un banquete en presencia de mis enemigos. Has ungido con perfume mi cabeza; has llenado mi copa a rebosar. La bondad y el amor me seguirán todos los días de mi vida; y en la casa del Señor habitaré para siempre” (Salmo 23).
Con razón Jesús afirma “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas” (Juan 10:11).
Por todo esto, yo sugiero que el ministerio pastoral es el ministerio de Dios. Cuando los pastores hacemos el ministerio pastoral, como Dios lo hace: amando a la iglesia hasta el punto de dar la vida por ella, cuando lo hacemos de esa manera, nos parecemos un poco a Dios. Jesús dijo en una ocasión, “no me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros” (Juan 15:16 RV). Yo creo que los pastores debemos decir lo mismo: la iglesia no me eligió, yo elegí a esta iglesia para amarla, alimentarla, y cuidarla.
[1]Vincent, Marvin Richardson: Word Studies in the New Testament. Bellingham, WA : Logos Research Systems, Inc., 2002, S. 1:iii-269
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- Pastor de CCEB y Profesor del Seminario ESEPA. Ver más información en www.esepa.org